En la madrugada del 17 de Julio del 2008, después de meses de desencuentros, el voto de 36 senadores de la Nación junto al del presidente de la Cámara de Senadores derrumbó una pésima idea, urdida desde el desconocimiento y sostenida por el capricho de un Gobierno incapaz de reconocer un error.
Seis años después, es tiempo de significar las consecuencias que aquella madrugada tuvo en la vida de los argentinos, de la producción y del interior del país.
El Gobierno Nacional y un conjunto de gobernadores y funcionarios tomó aquella decisión democrática como una declaración de guerra y en consecuencia encasilló al campo y sus entidades en el bando contrario, y no fue capaz de darse cuenta que la recuperación era mucho más dinámica y provechosa con un campo pujante, puesto a trabajar y competir como lo hizo siempre.
En la última década jamás tuvimos participación activa y decisiva en la elaboración de políticas públicas para el sector y toda vez que fue posible se trató de minimizar al campo, sus productores y sus representaciones gremiales. Todo ese tiempo irremediablemente perdido produjo un estancamiento y caída en casi la totalidad de las actividades agropecuarias del país, reduciéndonos en volúmenes y producciones que debieron crecer al ritmo de la demanda internacional.
No se pudo mantener los precios de la mesa de los argentinos, ni aún cerrando exportaciones y mirándonos solo hacia adentro, al punto de tener que reinventar a grupos de adherentes paseando por los supermercados para fingir que cuidaban precios, ante la mirada incrédula de los consumidores que ven la caída de su salario real frente a una inflación imparable.
Se mintió una y otra vez, cada mes con los índices de inflación hasta que resultaron insostenibles, aún para los más concentrados ideólogos del Gobierno.
Se sostuvo a funcionarios dándole un poder que solo sirvió para que la ignorancia, el desacierto y el matonismo se presentaran como política económica.
Seis años en donde solo interesó el mundo de la soja, aquel yuyo denostado, al que le pedían en el reciente verano que ingrese las divisas de su exportación.
Seis años de retraso cambiario intolerable, en detrimento del trabajo, la producción y la exportación nacional, seis años de economías regionales desatendidas, sin competitividad, soportando retenciones inconcebibles, con la silente complicidad de los funcionarios que concuerdan con los reclamos y luego aplauden su incoherencia en los actos públicos.
Todo se ha dicho, sobre el trigo y su derrumbe productivo, sobre la leche y su estancamiento, sobre la carne y sus nulos resultados de exportación, y sobre la totalidad de las economías regionales que se derrumbaron. Sin embargo tan solo para no aceptar lo evidente, el Gobierno sostuvo un relato ficticio, escondido sobre datos inconsistentes.
Seis años después no producimos más, ni mejor, perdimos mercados y destruimos actividades y regiones otrora pujantes.
Seis años después nos asola la crisis de nuestras instituciones, teniendo que esconder funcionarios para que el repudio no se haga explícito en los actos donde concurre.
Seis años en donde el Ministerio de Agricultura fue una cáscara, sin decisión, sin poder y con nulos resultados prácticos.
Los gobiernos inteligentes aprenden de sus errores, los otros, No, por el contrario se victimizan, inventan conspiraciones, demonizan y se retraen a los pensamientos más básicos. Claro está que así es imposible corregir lo que esta mal.
Seis años después CRA sigue coherentemente reclamando y proponiendo con las mismas razones que se plantearon en la 125, solo que mientras tanto, el mundo no se detuvo, por el contrario siguió avanzando y hoy nuestros vecinos cubren comercialmente lo que nosotros dejamos de producir.
Una pena, en un país donde la pobreza se extiende, los que gobiernan se esconden y la sociedad contempla el derrumbe de sus más íntimos valores. Ya comprobamos lo que la revancha genera, es tiempo que los argentinos pensemos un futuro que nos contenga a todos.
Fuente: CRA