Estos comicios definirán si el Brasil que viene sigue mirando de frente a la región o si le da la espalda para intentar el salto hacia un rol económico global.
Toda cobertura periodística implica contar una historia. Y la que nos trajo hasta aquí, la elección del próximo presidente brasileño, tiene matices trascendentes, capaces de impactar de manera profunda en el futuro de este país y de toda la región. La lluvia tropical y furiosa que nos recibió ayer, y que con demora puso fin al período de sequía en esta capital, acaso sea el indicio de un cambio que muchos esperan. ¿Será así?
Aunque con una ventaja que se va estirando en las encuestas, por primera vez desde 2002 la hegemonía del Partido de los Trabajadores no está asegurada en la doble vuelta electoral de este domingo y del próximo 26.
En octubre de aquel año, Luiz Inácio Lula da Silva se convirtió en el primer presidente obrero de la historia de Brasil, dando inicio a una era que llenó de gobernantes «progresistas» el mapa político regional. Más allá de la suave Concertación chilena y de la llegada de Hugo Chávez al poder en Venezuela en febrero de 1999, fue la asunción de Lula en enero de 2003 la que desató el big bang: lo siguieron Néstor Kirchner en mayo de ese mismo año, Tabaré Vázquez en marzo de 2005, Evo Morales en enero de 2006 y Rafael Correa en enero 2007.
Esta vez, el proceso brasileño inaugura un año pleno de elecciones hasta las argentinas de octubre de 2015, que, dada la situación en los países involucrados, puede terminar en una reversión del ciclo regional del centroizquierda. Evo ganará seguramente el próximo domingo 12 en Bolivia, pero Tabaré intentará el 26 un retorno difícil ante una crecida oposición blanco-colorada en Uruguay, y la Argentina es una incógnita en la que lo que abunda son los candidatos que militan del centro a la derecha.
Pero hay más. Estos comicios definirán si el Brasil que viene, un mercado gigantesco de 202 millones de personas, sigue mirando de frente a la región o si le da la espalda para intentar el salto hacia un rol económico global.
Sus fortalezas y debilidades para ensayarlo son parte de un debate intrincado y altamente ideologizado, una suerte de subtexto de los dichos de los candidatos en el que se juegan los intereses de las grandes empresas, de anchas espaldas, y los de las medianas, que han encontrado en el Mercosur su refugio.
Se trata de un dato clave para la Argentina: la principal rival de Dilma Rousseff, Marina Silva, y el tercero en discordia, el socialdemócrata (en realidad un conservador) Aécio Neves, pretenden terminar con el Mercosur tal como lo conocemos, una unión aduanera, para revertirlo en una mera zona de libre comercio que le deje a Brasil las manos libres para negociar por las suyas acuerdos con todos, desde la Unión Europea hasta la Alianza del Pacífico… ¿También con EE.UU.? Hacen suya así la agenda del empresariado más concentrado.
Carlos Eduardo Vidigal, profesor de Relaciones Internacionales en la Universidad de Brasilia y especialista en Mercosur, le explicó a Ámbito Financiero que «la idea de flexibilizar el Mercosur no es generalizada en los medios empresariales, pero sí es mayoritaria en organizaciones de gran influencia como la FIESP (Federación de Industrias del Estado de San Pablo). Creo que en los sectores industriales intermedios el interés en el fortalecimiento del bloque es mayoritario. Las constructoras medianas, por ejemplo, ven el Mercosur como un área estratégica importante, aunque las que ya se califican como trasnacionales competitivas a nivel mundial podrían, eventualmente, prescindir del vecindario más próximo».
El asunto es determinante para la Argentina. ¿Qué mercado encontrarán en Brasil de aquí a algunos años nuestras empresas, uno como el actual, donde rigen preferencias arancelarias, u otro copado por compañías europeas, asiáticas o estadounidenses? Todo esto está en juego.
Pero si hablamos de un «Mercosur fuerte», cabe hacer una aclaración. Si pretende que eso sea más que una consigna vacía, la Argentina deberá superar cuanto antes su crisis, que desde hace ya demasiado tiempo viene exportando a socios que se muestran cada vez más impacientes. El combo de problemas cambiarios, la escasez de divisas y los controles a las importaciones y al giro de utilidades de las empresas extranjeras es muy dañino para la salud del Mercosur, para su imagen y para los esfuerzos por seguir «vendiéndolo» como un proyecto viable que realizan los buenos amigos que la Argentina tiene en esta Brasilia en la que se cocina la política.
David Fleischer, un es-tadounidense nacionalizado brasileño, es uno de los politólogos más eminentes de este país. Consultado por este enviado, dijo que «los ‘buenos negocios’ con el Mercosur no han sido tan buenos para los empresarios brasileños últimamente. Venden sus productos a la Argentina, pero tienen dificultades para recibir sus pagos» por las trabas cambiarias.
El Gobierno de Dilma ha demostrado paciencia, pero la cuerda no aguanta muchos más tironeos. Para el futuro del Mercosur será tan importante la elección brasileña como las definiciones del año de vértigo que se le viene encima a nuestro país, desde el final de la saga cada vez más intrincada de los fondos buitre hasta el resultado de la presidencial de octubre del año que viene.
Al comienzo hablábamos de una historia por contar. Y ésta tiene todavía más colores locales. ¿Por qué la continuidad de Dilma no está asegurada, dada la enorme tarea realizada por el PT en términos de inclusión social? ¿Por qué los beneficiados de ayer son los insatisfechos de hoy, esos 40 millones que salieron de la pobreza para sumarse, precariamente, claro, a una «nueva clase media»? ¿Qué piden éstos en realidad? ¿Cómo convertir aquella inclusión (agradecida, pero ya asumida como una conquista) y el crecimiento económico (hoy muy menguado) en un verdadero proceso de desarrollo? ¿Qué salió mal, por qué Brasil pasó de ser considerado un país estrella entre los emergentes al estancamiento de los últimos años? Hay mucho, y apasionante por cierto, que contarle, lector. A eso hemos venido.
Fuente: Ámbito Financiero