PERGAMINO, ARGENTINA .- Bajo un cielo luminoso y despejado, Jorge Josifovich avanza cabizbajo entre plantas de soja que deberían tener el doble de tamaño y contener granos sin un rastro del color verde que ahora tienen.
El productor de Pergamino, una de las zonas agrícolas más ricas de Argentina, no oculta su preocupación por las huellas que la peor sequía en casi una década ha dejado en la soja, el producto estrella del campo en la nación sudamericana.
“Es dramático”, dice el ingeniero agrónomo a The Associated Press mientras sostiene en sus manos varios granos de tonalidad amarillo-verdosa que extrajo de una vaina de soja.
Desde noviembre, el campo argentino ha sido golpeado por la escasez de lluvia y ha encendido las alarmas no sólo de los agricultores, sino del mismo gobierno del presidente Mauricio Macri que esperaba que el sector agrícola apuntalara el crecimiento del país, pero no contaba con los caprichos de la naturaleza.
Las autoridades estimaban un crecimiento económico de 3,5% para 2018, pero expertos han dicho que no superará el 2,5%, en parte por los efectos de la actual sequía en las cosechas y que para los productores es tan mala e incluso peor que la sufrida en 2008.
Argentina es el principal exportador mundial de aceite y harina de soja y el tercer exportador de maíz.
Los productores agrícolas dicen que la soja sembrada en diciembre es uno de los cultivos que más han padecido la falta de lluvia.
“No solamente está la pérdida de rendimiento de grano físico”, dice Josifovich, quien también asesora y arrienda tierra a propietarios de la zona. “También la (mala) calidad, que se castiga en el precio final del producto”, añade, mientras a pocos metros circulan algunos camiones cargados de granos por una ruta que habitualmente está más transitada.
En un estado óptimo, las semillas de soja son de color amarillo muy claro, miden unos siete milímetros y tienen una forma redonda. Ahora, además del tono amarillo verdoso, apenas alcanzan los cuatro milímetros y son ovaladas. Productores dicen que se debe al “estrés hídrico”, es decir, la falta de agua suficiente.
Josifovich atraviesa junto a la AP el campo de soja de Pergamino _220 kilómetros al noroeste de Buenos Aires_ que ha recibido solo 32 milímetros de agua por la “seca” que afecta a ese municipio del norte de la provincia de Buenos Aires, uno de los más ricos de la Pampa Húmeda y en donde hasta ahora se han generado pérdidas productivas de un 30%.
Este campo tendría que haber recibido entre 130 y 180 milímetros de agua en un año normal. Por la falta de humedad, se observan grandes parches de plantas de un tono marrón de corta altura.
Las alicaídas vainas más dañadas contienen solo unos 30 granos de la oleaginosa, cuando tendría que tener 60.
La falta de lluvias también se ha ensañado con las provincias de Córdoba, Santa Fe, Entre Ríos y el noreste argentino.
Alejandro Calderón, presidente de la Sociedad Rural de Pergamino, dice que el aumento del precio internacional debido a la menor oferta de la oleaginosa compensará muy poco las pérdidas.
Según la Bolsa de Cereales, el valor del poroto de soja de exportación ha subido 9% en los últimos seis meses; el valor de la tonelada del grano estaba en 380 dólares en octubre y pasó a 413 dólares en marzo.
Las proyecciones de expertos señalan que el crecimiento de Argentina caerá entre 0,5 y un punto porcentual, y la sequía explica buena parte de eso.
“Esta situación es frustrante, le impide al gobierno el crecimiento esperado, pega en otros sectores como el transporte”, dijo Fausto Spotorno, de la consultora Orlando Ferreres & Asociados, y que redujo la estimación del crecimiento de 3% a 2,5%. “Y hasta que no se levante la cosecha no sabes cuánto va a ser la caída; si va a ser medio punto o uno entero”, añadió.
Para el economista, la situación podría cambiar en el segundo semestre si mejora la economía de Brasil, el principal socio comercial de Argentina.
Según Esteban Copati, jefe de estimaciones agrícolas de la Bolsa de Cereales, la sequía sobre las regiones más importantes de producción de granos “es de la peores” en los últimos diez años.
Un informe de esa institución señaló que hasta el momento se han perdido 23,5 millones de toneladas de soja y maíz.
La producción de soja cayó a 39,5 millones de toneladas, lo que representa un recorte del 31% respecto a la campaña 2016/17, mientras que la de maíz disminuyó a 32 millones, 22% por debajo de las proyecciones anteriores.
Las pérdidas de las exportaciones netas alcanzarían los 3.309 millones de dólares, lo que supone una caída de 5,65% respecto del valor alcanzado por las exportaciones totales de Argentina en 2017, y la recaudación fiscal disminuiría en 1.174 millones de dólares.
Los perjuicios también repercuten a los productores de carnes y leche que utilizan el maíz y la harina de soja como alimento y deberán enfrentar costos de unos 609 millones de dólares para el sector avícola, 428 para la ganadería bovina y los tambos y 135 millones en el caso de los porcinos.
La sequía reducirá la oferta de terneros en el mercado el próximo año por lo que “vas a tener menos carne y un problema (de aumento) en los precios”, dijo el economista jefe de la Sociedad Rural de Argentina, Ezequiel de Freijo.
Además se ven afectados los acopios, fletes y otros servicios.
“El consumo de gasoil se reducirá 2,5% en 2018”, anticipó De Freijo. Indicó que la caída de la cosecha hará que circulen un millón de camiones menos, lo que provocaría pérdidas por 1.100 millones de dólares.
Para ayudar a los productores, los gobiernos nacional y bonaerense anunciaron la prórroga automática de vencimientos de préstamos, créditos blandos y exenciones impositivas.
Los agricultores consideran insuficientes las ayudas y piden un seguro que cubra las contingencias del clima. En los dos últimos años las lluvias anegaron muchos campos y ahora su falta los golpea.
La última gran sequía que recuerdan es la de 2008.
“Tenemos un negocio al aire libre en el que dependemos del clima y la vulnerabilidad en los mercados internacionales”, dice Josivofich, en el campo de soja de Pergamino. “A veces nuestras quejas están justificadas”.
Fuente: El Nuevo Herald