La única respuesta de la presidenta Cristina Kirchner al cacerolazo de ayer la dio siete horas antes de la masiva protesta, pero sin hacer una referencia explícita al 8-N. El mensaje que realmente buscó transmitir lo pronunció a voz en cuello desde Ezeiza.
«Él me transmitió a mí no aflojar nunca. No aflojar jamás. Ni en los peores momentos. Porque en los peores momentos es cuando se conoce a los verdaderos dirigentes de un país», exclamó, frente a decenas de jóvenes que la ovacionaron.
Se refería nuevamente a una supuesta enseñanza política de su esposo, Néstor Kirchner. El mensaje fue que está «dispuesta a combatir contra quienes se le oponen y no aceptar los reclamos del 8-N «, según interpretaron fuentes oficiales. Aunque ello la haya llevado a sugerir, casi al pasar, que su gobierno podría estar atravesando su peor momento.
Desde la Casa Rosada, sus funcionarios intentaban transmitir cierto desinterés de la Presidenta por la multitudinaria marcha de anoche. Se intentó relativizar el significado de los reclamos, que fueron tildados por los funcionarios de «imprecisos».
Pero el diseño de su agenda oficial, inusualmente cargada, reveló la intención contraria: no perder protagonismo frente a la protesta. En Olivos, la Presidenta evaluó todos los detalles de la movilización.
Hasta entrada la noche, Cristina Kirchner recibió informes de los organismos de seguridad oficiales y con su principal asesor político, el secretario de Legal y Técnica, Carlos Zannini.
Mantuvieron contacto permanente con el jefe de la Secretaría de Inteligencia, Héctor Icazuriaga; con el secretario de Seguridad, Sergio Berni, que recibía los partes de la Policía Federal, y con el jefe de Gabinete, Juan Manuel Abal Medina.
La custodia presidencial y la Casa Militar organizaron un fuerte operativo de seguridad dentro y alrededor de la quinta presidencial de Olivos, donde se produjo una de las mayores concentraciones de caceroleros. La Casa Rosada, también rodeada de vallas y custodia policial, fue vaciándose de funcionarios a medida que se llenaba la Plaza de Mayo.
Esta vez, Cristina Kirchner decidió quedarse en Olivos y eso pudo incrementar la afluencia de manifestantes frente a la residencia presidencial. En el cacerolazo del 13 de septiembre último, ella había decidido regresar de San Juan a su quinta, pese a que tenía previsto dirigirse a El Calafate.
Para buscar neutralizar el efecto del 8-N, tal como informó LA NACION el sábado último, Cristina Kirchner diseño tres jornadas de mucha actividad pública en la semana. El lunes y el martes presidió actos con fuertes discursos. Y ayer agregó aún más discursos y audiencias, como pocas veces antes. Su idea era exhibir «gestión» y nuevos «anuncios».
Junto con el intendente de Ezeiza, Alejandro Granados, inauguró al mediodía el Centro Cultural Amigo Néstor, lo que le dio pie a un extenso recordatorio. También estuvo allí el gobernador bonaerense, Daniel Scioli.
También, al regresar de ese acto, pronunció un discurso a media tarde en Olivos para agasajar a los funcionarios de Chile y de Argentina que celebraron la IV Reunión Binacional de ministros.
Luego de ello, la Presidencia presentó como fuera de lo común dos audiencias que en realidad ocurren todos los días: una con Zannini, a las 19, y otra con el canciller, Héctor Timerman, una hora antes.
Antes de ello, la Unidad Médica Presidencial volvió a hablar de la salud de la Presidenta justo horas antes del 8-N. Pero esta vez para anunciar que «en forma preventiva» Cristina Kirchner canceló su participación en la XXII Cumbre Iberoamericana que se hará el 16 y el 17 de noviembre en Cádiz. En realidad, ese viaje había sido suspendido hace una semana, tal como informó entonces LA NACION.
Pero los médicos Luis Buonomo y Marcelo Ballesteros firmaron un comunicado oficial que indicaba que «desaconsejaron su concurrencia» porque «implicaría 40 horas de vuelo para una permanencia en Cádiz de sólo 36 horas». Ello se sumaba a «los padecimientos del jet lag por la diferencia horaria» entre la Argentina y España.
Además, consignaron que la Presidenta debe viajar a Lima, el 29 del actual, y a Brasilia, el 6 y el 7 de diciembre.
La estrategia del Gobierno respecto de la marcha en sí misma consistió en bajar el tono de confrontación y mostrar un discurso de no agresividad. Incluso, el propio dirigente piquetero kirchnerista Luis D’Elía, que había tildado anteayer de «tilingos» a los manifestantes, ayer filmó un video en el que les reconocía «su más absoluto derecho» a protestar.
Sin embargo, advirtió: «El 10 de diciembre nosotros estaremos en la calle respaldando la ley de medios» y para dirimir entre «democracia o corporaciones». Se refería al 7-D, cuando el Gobierno planea reforzar su embestida contra el Grupo Clarín, ya que el 7 de diciembre caduca la medida cautelar interpuesta por la empresa.
Según confiaron a LA NACION fuentes oficiales, la «estrategia es darle al 8-N una forma no agresiva», pero instalar de aquí en más que «la confusión de voces hace que no se entiendan las demandas, por lo cual ellas no se pueden responder porque no son precisas». De todos modos, el kirchnerismo buscará dejar atrás el cacerolazo
Poe Mariano Obarrio, para La Nación