Por Eduardo Sierra. Desde mediados de la década de 2000 se instaló una fase seca que amenaza profundizarse.
En la naturaleza, la única constante es el cambio, que modifica el ambiente haciéndolo pasar de un estado a otro. Estas modificaciones pueden ser rápidas o de alta frecuencia. En este caso, el estado del sistema climático oscila alrededor de su nivel medio, pasando alternativamente de desvíos negativos a desvíos positivos, constituyendo lo que se denomina variabilidad del clima.
Cuando los cambios son lentos y persistentes, o de baja frecuencia, alteran el nivel medio del sistema climático y reciben la denominación de cambio en el estado medio del clima, que a menudo se abrevia como cambio climático.
Las alteraciones en la variabilidad son tan importantes como las que afectan al estado medio del clima. Por lo tanto, debe recordarse que los cambios del clima pueden afectar tanto a su estado medio como a su variabilidad.
Variabilidad climática
En lo que refiere a la variabilidad climática, el clima del área agrícola nacional está fuertemente modulado por el fenómeno El Niño Oscilación Sur (ENSO, por su sigla en inglés), que produce grandes diferencias en el comportamiento de las distintas campañas agrícolas.
El ENSO está ligado a una oscilación anual que afecta la velocidad de los vientos alisios, que dan la vuelta al mundo alrededor del Ecuador afectando el clima global.
El ciclo de vida de este fenómeno es de aproximadamente un año; comienza en abril y termina en marzo del año siguiente, presentando tres fases bien diferenciadas:
Neutral: es la fase no perturbada, en la cual el clima se mantiene cerca de su valor medio.
El Niño: se encuentra ligado a una disminución de la velocidad de los vientos alisios, que provoca que el océano Pacífico Ecuatorial desarrolle un área con aguas más calientes de lo normal frente a las costas de Ecuador y Perú, lo cual permite identificar el inicio del fenómeno. Cuando esto ocurre, la Mesopotamia, el este de la región chaqueña, el este de Santiago del Estero, Córdoba y La Pampa, y la mayor parte de Buenos Aires observan lluvias superiores a lo normal y un régimen térmico benigno, con riesgo de heladas moderado a bajo y temperaturas medias. Por el contrario, Jujuy, Salta, el oeste de Santiago del Estero, Tucumán, oeste y centro de Córdoba, San Luis y oeste de La Pampa registran precipitaciones inferiores a lo normal y un régimen térmico riguroso, con calores intensos y mayor riesgo de heladas. Paralelamente, se producen abundantes nevadas en la cordillera, lo que incrementa la disponibilidad de agua para riego.
La Niña: ocurre cuando los alisios incrementan su velocidad por encima de lo normal, haciendo que el océano Pacífico Ecuatorial muestre un área con aguas frías frente a las costas de Ecuador y Perú. Las anomalías climáticas se invierten con respecto a El Niño, dando lugar a buenas condiciones en el oeste del área agrícola, perjudicando el este. Son temporadas de pocas nevadas, lo cual reduce el caudal de los ríos cordilleranos.
El ENSO posee una notable capacidad predictiva, porque a partir de abril de un año empieza a dar señales de cómo puede ser la temporada que se extenderá hasta marzo del año siguiente, lo cual le ha conferido una gran popularidad como herramienta de planificación y comercialización.
Como se explicará más adelante, durante los últimos años, la frecuencia e intensidad de los episodios de La Niña se incrementó considerablemente, provocando impactos de consideración.
Cambio en el estado medio del clima
Desde que en 1886 Florentino Ameghino publicara su famosa obra Las inundaciones y las secas en la provincia de Buenos Aires, comenzó a perfilarse la noción de que el área agrícola nacional está sujeta a un ciclo periódico durante el cual atraviesa fases positivas y negativas.
A partir de esta base, el fenómeno fue estudiado, surgiendo un modelo de ciclo que puede describirse en los siguientes términos:
Fase húmeda
Los vientos cálidos y húmedos procedentes del trópico incrementan su penetración hacia el interior del área agrícola, al tiempo que se reduce la intensidad de los procedentes del oeste, secos y fríos. Las precipitaciones aumentan al tiempo que se reduce su variabilidad. Son lluvias de tipo frontal, bien distribuidas, de intensidad moderada y se producen con regularidad.
Las zonas marginales del NOA, Cuyo, oeste del Chaco y oeste de la región pampeana adquieren capacidad agrícola. El régimen térmico se torna más benigno, aumentando el período libre de heladas y disminuyendo la intensidad de las heladas invernales. Los calores estivales se moderan. Se reduce el riesgo de tormentas severas con granizo, vientos y aguaceros torrenciales.
Como contrapartida, se incrementa el área de las lagunas pampeanas, anegando grandes extensiones de campos bajos, y aumenta la frecuencia de crecidas de los grandes ríos. Adicionalmente, la disminución de la intensidad de los vientos del oeste reduce las nevadas en la cordillera, provocando una merma del caudal de los ríos cordilleranos y la consecuente reducción de la provisión de agua para riego.
Fase seca
Los vientos cálidos y húmedos procedentes del trópico disminuyen su penetración hacia el interior del área agrícola, al tiempo que aumenta la intensidad de los vientos del oeste, secos y fríos. Las precipitaciones se reducen y aumenta su variabilidad. Las lluvias son de tipo convectivo, muy concentradas en algunos puntos y escasas en el resto, muy intensas pero poco regulares. Las zonas marginales del NOA, Cuyo, oeste del Chaco y oeste de la región pampeana pierden capacidad agrícola y son afectadas por una sequía semipermanente. El régimen térmico se torna riguroso, reduciéndose el período libre de heladas y aumentando la intensidad de las heladas invernales. Los calores estivales se vuelven intensos. También se incrementa significativamente el riesgo de tormentas severas con granizo, vientos y aguaceros torrenciales.
Como rasgos favorables, puede mencionarse que se reduce el área de las lagunas pampeanas, liberando grandes extensiones de campos bajos, y baja la frecuencia de las crecidas de los grandes ríos. Adicionalmente, el aumento de la intensidad de los vientos del oeste incrementa las nevadas en la cordillera, aumentando del caudal de los ríos cordilleranos y proveyendo abundante agua para riego.
Interacción entre variabilidad y cambio climático
Durante las fases húmedas, los episodios El Niño aumentan su vigor, aportando fuertes lluvias, con riesgo de crecida de los ríos y anegamiento de las zonas bajas. Contrariamente, el fenómeno La Niña modera su intensidad, sin provocar sequías severas, por lo que sus efectos no se traducen en pérdidas graves.
Por el contrario, durante las fases secas, El Niño pierde vigor, mientras que La Niña se vuelve particularmente intensa, causando notables y prolongadas sequías, acompañadas por heladas severas y fuertes calores que afectan gravemente la producción.
Causas del ciclo de fases secas y húmedas
A lo largo de la historia, el área agrícola nacional experimentó una sucesión de fases secas y húmedas de distinta intensidad y duración. Las probables causas de estas fluctuaciones son varias y se conjugan para darles mayor o menor intensidad.
Calentamiento global. Este es un factor que viene ejerciendo su influencia en las tres últimas décadas. No es de naturaleza cíclica, por lo cual no pueden atribuírsele las causas elementales del ciclo. No obstante, es posible que acentúe la variabilidad del proceso, lo cual se ha venido notando fuertemente en los últimos años.
Actividad solar (gráfico 1). Es probable que esta sea la causa más profunda del ciclo de inundaciones y sequías. Los períodos de elevada actividad solar favorecen el desarrollo de fases húmedas, ya que proveen mayor energía al sistema climático, incrementan la evaporación de los mares aumentando el contenido de humedad de la atmósfera y, al calentar diferencialmente el Ecuador con respecto a los Polos, vigorizan la circulación atmosférica en el sentido latitudinal, haciendo que el calor y la humedad se trasladen desde donde son más abundantes hacia donde se los necesita.
Gráfico 1. Evolución de la actividad solar
Fuente: Pulkovo Observatory, Rusia.
Oscilación Multidecadal del Atlántico (AMO) (gráfico 2).
Esta oscilación climática observa prolongados períodos con el mar caliente, que se alternan con otros igualmente largos con mar frío, que suman un período total comparable al del ciclo de inundaciones y sequías.
El Atlántico frío genera alta presión sobre el mar, mientras que el continente, más caliente, experimenta baja presión, por lo que los vientos húmedos procedentes del mar penetran profundamente en el área agrícola. Como consecuencia, se producen frecuentes precipitaciones generales de moderada intensidad, que permiten acumular grandes reservas de humedad, con bajo riesgo de tormentas severas. El buen estado hídrico de los suelos modera el régimen térmico, atenuando los fríos y los calores. Los episodios de El Niño se tornan vigorosos, mientras que los de La Niña resultan moderados.
El Atlántico caliente reduce la presión sobre el mar, mientras que el continente, que se vuelve algo más frío, experimenta un descenso de la presión, poniendo una barrera que impide el ingreso de los húmedos vientos marítimos al interior del área agrícola. Por esta causa, las precipitaciones se vuelven menos frecuentes, con prolongados lapsos secos. Cuando los vientos marinos logran romper dicha barrera, lo hacen con violencia, causando tormentas severas, con granizo, vientos y aguaceros torrenciales con una distribución muy despareja. Aunque la intensidad de las lluvias aumenta, su frecuencia disminuye, dando como resultado una menor acumulación de humedad. El litoral marítimo y fluvial se ve afectado por eventos extremos, mientras que el interior del área agrícola ve reducido el contenido de humedad de sus suelos, perdiendo capacidad agrícola. El régimen térmico se vuelve riguroso, con fuertes calores estivales e intensos fríos invernales. En este escenario climático de calentamiento del océano Atlántico, el fenómeno El Niño se debilita, mientras que La Niña se torna extremadamente intensa.
Gráfico 2. Evolución de la Oscilación Multidecadal del Atlántico (AMO)
File:Atlantic Multidecadal Oscillation.svg
Fuente: NOAA/NASA, EE.UU.
Oscilación Decadal del Pacífico (PDO): Esta oscilación, también conocida como La Madre, se produce en el Pacífico Norte. Sin embargo, aunque esa región está algo distante del área agrícola argentina, algunas investigaciones le adjudican cierto efecto positivo durante su fase cálida, mientras que en su fase fría produciría efectos negativos.
Cronología de fases secas y húmedas
Estudios realizados mediante técnicas de reconstrucción paleoclimáticas, como la dendrocronología, así como el estudio de testimonios históricos y el análisis de series instrumentales, permitieron trazar una cronología aproximada del ciclo de inundaciones y sequías del área agrícola nacional:
Fase seca desde mediados del siglo XVII hasta mediados del siglo XIX
La causa más probable de esta prolongada fase seca fue un período de muy baja actividad solar o “Sol Frío”, que produjo un marcado enfriamiento del planeta, conocido como Pequeña Edad del Hielo. Su inicio se retrotrae a mediados del siglo XVII, época en la que se produjo el denominado Mínimo de Maunder de la actividad solar (gráfico 1).
No se sabe si este proceso fue acompañado por fluctuaciones de la temperatura del mar, pero es posible que haya coincidido con una etapa en la que el océano Atlántico se mantuvo más caliente que el continente, reduciendo la entrada de vientos húmedos hacia su interior.
En el Cono Sur, este proceso produjo una intensa sequía, que incluyó una reducción de las nevadas en la cordillera, lo cual determinó que los pasos cordilleranos permanecieran abiertos gran parte del año. Esto fue lo que favoreció el paso del Ejército de los Andes a Chile, en enero de 1817, así como el paso de los Andes Colombianos por parte del ejército comandado por Simón Bolívar, entre los meses de junio y julio de 1819, contribuyendo significativamente a la emancipación americana.
Algunos años después, hacia 1825, este mismo proceso permitió que los indígenas chilenos, impulsados por la falta de sustento que imponía la sequía en su área de origen, se trasladaran al territorio argentino, donde tampoco lo hallaron, recurriendo a los “malones” para poder subsistir. Fue la época del “Desierto”, en la que gran parte del oeste y sur del país eran escasamente habitables.
La duración de esta fase seca se extendió por casi dos siglos, produciendo un ambiente que favoreció el desarrollo de una economía pastoril, dentro de la cual la figura del “gaucho”, surgió como arquetipo de nuestra cultura.
Fase húmeda, desde mediados del siglo XIX hasta fines de la década de 1920
Desde mediados del siglo XIX, la actividad solar se vigorizó, al tiempo que el océano Atlántico redujo su temperatura, lo cual produjo una prolongada fase húmeda que se prolongó a lo largo de casi 80 años, extendiéndose hasta fines de la década de 1920.
Este cambio generó el marco para la Conquista del Desierto y alentó el poblamiento del interior del país, a partir de la fundación de colonias en La Pampa, el oeste de Buenos Aires y el oeste de Córdoba, en áreas que, durante la fase seca precedente, habían mostrado escasa aptitud para la agricultura.
En esta etapa, la frontera agrícola se expandió considerablemente, desplazando en buena medida a la ganadería.
La figura del colono reemplazó paulatinamente a la del gaucho que, tal como cuenta José Hernández en el Martín Fierro, entró abruptamente en el ocaso. Este proceso fue impulsado por fuerzas sociales y económicas, pero sin el marco favorable brindado por el incremento de las lluvias, es probable que la economía nacional se hubiera mantenido estancada dentro del ámbito netamente pastoril, dejando incumplido el axioma de Alberdi: “Gobernar es poblar”.
Fase seca, desde fines de la década de 1920 hasta mediados de la década de 1970
Hacia fines de la década de 1920, un moderado descenso de la actividad solar se combinó con un fuerte calentamiento del océano Atlántico, produciendo un abrupto descenso de las precipitaciones, acompañado por una elevada variabilidad climática que incluyó un riguroso régimen de heladas y fuertes calores estivales.
Los eventos de El Niño se hicieron tan débiles que durante la campaña 1951/52 se experimentó una terrible sequía, acompañada por intensas heladas y fuertes calores estivales, lo cual produjo una de las mayores caídas productivas registradas en el país. En esa temporada, la producción total de granos fue de sólo 6,5 millones de toneladas, contra los 18 millones de toneladas habituales a fines del período húmedo anterior.
El área agrícola, que a fines de la década de 1920 había superado los 20 millones de hectáreas, se redujo gradualmente hasta llegar a los 13 millones de hectáreas a fines de la década de 1950.
Muchos colonos fueron desplazados de las zonas marginales, produciéndose una verdadera migración interna que permitió que la ganadería recuperara terreno, ocupando las áreas desalojadas por la agricultura.
Pasaron muchos años llenos de vicisitudes antes de que se desarrollara un esquema de rotación agrícola-ganadera, que restableció la sustentabilidad del sistema productivo.
Gracias a ello, la producción retomó su tendencia positiva, aunque siempre mantuvo un manejo preventivo atento a las fluctuaciones negativas del clima que predominaron durante este prolongado período que se extendió hasta mediados de la década del 70.
Esta secuencia se repitió en forma muy aproximada en el área agrícola de los EE. UU. y de Brasil. En EE. UU., la prolongada sequía que comenzó a fines de la década de 1920 produjo un fenómeno conocido como Dust Bowl(literalmente, cuenco de polvo), que consistió en un proceso de erosión eólica tan intenso que se registraron tormentas de polvo a lo largo de muchos años en una amplia superficie que abarcó la mayor parte del oeste del área agrícola norteamericana.
El abandono de muchas granjas por parte de los campesinos empobrecidos y desanimados fue uno de los factores que contribuyeron al famoso “Martes Negro” del 29 de octubre de 1929, el puntapié de un período de depresión económica que se extendió por más de diez años, afectando no sólo a los EE. UU., sino a todo el mundo.
En el mismo período, Brasil observó una prolongada e intensa sequía, que afectó especialmente a la región nordeste, que vio afectada su economía agrícola, al punto que su porción interior se despobló considerablemente, emigrando sus habitantes hacia las ciudades de la costa.
Fase húmeda desde mediados de la década de 1970 hasta mediados de la década de 2000
A mediados de la década del 70, la actividad solar entró en una etapa extremadamente intensa, considerada récord dentro del período de mediciones instrumentales, a la vez que el océano Atlántico entró en una fase fría; y es probable que el inicio del calentamiento global haya ejercido cierto efecto sinérgico sobre este proceso.
Esta combinación de factores activantes produjo una fase húmeda durante la cual las precipitaciones asumieron un carácter general, proveyendo humedad en forma pareja y frecuente, al tiempo que el régimen térmico se moderó, aumentó el período libre de heladas, disminuyó la intensidad de las heladas invernales y se redujo la intensidad de los calores estivales.
Las zonas marginales del este del NOA, el oeste de la región chaqueña y el oeste de la región pampeana recuperaron aptitud agrícola. Impulsadas por los avances tecnológicos y por el crecimiento de la demanda, experimentaron una verdadera revolución, complementando eficazmente la producción de las zonas agrícolas principales.
Durante este período óptimo desde el punto de vista climático, hubo sólo una campaña, la 1988/89, afectada por una sequía severa que, lamentablemente, le dio el golpe de gracia al Plan Primavera, forzando la entrega anticipada del poder por parte del presidente Alfonsín.
Gracias a este prolongado período favorable, la superficie nacional cultivada con granos pasó de poco menos de 20 millones de hectáreas al comienzo del período a casi 30 millones de hectáreas a mediados de la década de 2000, al mismo tiempo que los rindes se incrementaron considerablemente.
Como consecuencia, la producción nacional pasó de alrededor de 40 millones de toneladas, a comienzos de la década de 1990, a alrededor de 100 millones de toneladas, hacia mediados de 2000.
No obstante, varios investigadores, como Adolfo Glave, de INTA Bordenave; Ernesto Viglizzo, de INTA Anguil; Silvia Pérez, de la Facultad de Agronomía de la UBA, así como el autor de estas líneas, venían señalando que era probable que, en algún momento, se produjera el fin de la fase húmeda, para dar comienzo a una seca (gráfico 3).
Lamentablemente, la euforia de los buenos tiempos impidió que se consideraran debidamente estas advertencias y, cuando lo anunciado se produjo, tomó al agro argentino desprevenido, provocando serios perjuicios.
Gráfico 3. Ciclo de lluvias en el sudoeste bonaerense y sudeste de La Pampa
Fuente: Reproducido de: Influencia climática en el sudoeste bonaerense y sudeste de La Pampa, Adolfo Glave. 2006.
Una nueva fase seca
Hacia mediados de la década del 90, el océano Atlántico ingresó en una fase de calentamiento que, inicialmente, no produjo efectos notables. Sin embargo, a mediados de 2000 se le sumó una notable disminución de la actividad solar.
Esta conjunción de factores negativos puso fin a la fase húmeda que venía desarrollándose y dio comienzo a una nueva fase seca que ya lleva varias temporadas y es probable que se prolongue durante un tiempo considerable, en forma similar a lo ocurrido en ocasiones anteriores.
Los síntomas observados en esta nueva etapa seca son similares a los experimentados durante la seca que se desarrolló entre fines de la década de 1920 y mediados de la década de 1970.
Abrupto descenso de las precipitaciones (gráfico 4).
Notable incremento de la variabilidad climática, caracterizada por la alternancia de largos períodos secos y épocas de intensas lluvias (fotos 1 y 2).
En las zonas donde el régimen de precipitaciones es primavero-estival, como el NOA y el NEA, se acortó la duración de la temporada de lluvias, que empezaron más tarde y terminaron más temprano.
Se incrementó fuertemente la frecuencia e intensidad de las tormentas severas, produciendo graves pérdidas de vidas y de bienes por efecto de los vientos, del granizo y de los aguaceros torrenciales que los acompañan (fotos 3).
El régimen de heladas se volvió riguroso, acortándose el período libre e incrementándose la intensidad de las heladas invernales (foto 4).
Volvieron a registrarse fuertes olas de calor, que agotan las reservas de humedad de los suelos y perjudican a los cultivos.
Los eventos de El Niño se tornaron débiles, a la vez que el fenómeno La Niña adquirió una intensidad extrema, generando fuertes mermas productivas.
Gráfico 4. Cambio en el régimen de lluvias
Regiones climáticas
Azul: Clima muy húmedo (selva)
Celeste: Clima húmedo (sabana).
Verde obscuro: Pampa húmeda (pastizal húmedo).
Verde claro: Pampa seca (pastizal seco).
Naranja: Clima semiárido (estepa)
Rojo: Clima árido (desierto)
Fuente: Elaborado por el autor sobre la base de datos del NOAA/CIRES.
Foto 1. Maíz afectado por sequía en la zona de Huinca Renancó (Córdoba) en la primavera de 2013
Fuente Estimaciones Agrícolas Bolsa de Cereales de Buenos Aires.
Foto 2. Diciembre 2012: Inundaciones en el oeste de Buenos Aires
Fuente Estimaciones Agrícolas Bolsa de Cereales de Buenos Aires.
Foto 3. Maíz afectado por granizo en Marcos Juárez durante la primavera de 2013
Fuente: Estimaciones agrícolas de la Bolsa de Cereales de Buenos Aires.
Figura 4. Trigo afectado por heladas en el norte de Santa Fe durante la primavera de 2013
Fuente: Estimaciones agrícolas de la Bolsa de Cereales de Buenos Aires.
Como consecuencia, las áreas marginales del NOA, Cuyo, oeste de la región chaqueña y oeste de la región pampeana perdieron gran parte de la aptitud agrícola que habían ganado durante la fase húmeda precedente.
La ganadería y la lechería también fueron duramente castigadas, porque el brusco descenso de las lluvias sorprendió a la mayoría de los productores sin adecuadas reservas de forraje que les permitieran hacer frente a las prolongadas interrupciones de la cadena forrajera que se presentaron cada vez con mayor frecuencia, causando mortandad de animales y la liquidación de parte del stock.
Los suelos de las zonas marginales perdieron gran parte de su cobertura vegetal, quedando expuestos a la erosión eólica, volviendo a observarse tormentas de polvo de gran magnitud.
Las zonas del este del área agrícola (Cuenca del Salado, Entre Ríos, norte santafesino, este de la región chaqueña, Corrientes y Misiones) comenzaron a verse afectadas por una alternancia de inundaciones y sequías.
Es difícil prever cuánto podría durar esta nueva fase seca. Si se considera la influencia de la AMO, podrían ser unos 20 años más, dado que la duración de las fases de calentamiento por ese fenómeno es de aproximadamente 30 años, de los cuales han transcurrido 10.
En cambio, en lo que respecta al rol del descenso de la actividad solar, la duración de la fase seca podría ser mucho mayor, ya que algunos especialistas en el tema prevén un largo período con Sol frío. Si esta previsión se cumpliera, hacia 2042 podría producirse un mínimo de actividad solar similar al de Maunder, disparando un largo período frío, que podría llegar a transformarse en una nueva Pequeña Edad del Hielo.
En este escenario, el proceso de calentamiento global cumpliría un rol moderador del enfriamiento del planeta, por lo que en lugar de verlo como una amenaza, podríamos considerarlo un factor benéfico.
Como puede apreciarse, se trata de una interacción complicada, cuyo desarrollo futuro y duración son difíciles de prever. Habrá que observar cuidadosamente su evolución a fin de diagnosticar en forma precoz los cambios de tendencia.
En cualquier caso, no cabe duda de que se está frente a un cambio desfavorable similar a otros ocurridos en el pasado y que amenaza con prolongarse por lo menos unos 20 años más.
Es necesario asumir que el tiempo de los récords productivos ya pasó y que ha llegado el momento de apuntar a la máxima seguridad de producción, para lo cual será necesario efectuar algunos ajustes antes de que la situación empeore.
Replanteo del esquema productivo
Este cambio en el escenario climático exige un replanteo del esquema productivo, ya que el actual está dando muestras de no adaptarse al cambio que se encuentra en marcha. Es urgente efectuar un análisis de sus debilidades frente al desarrollo de una nueva fase seca y llevar a cabo las adecuaciones y los desarrollos tecnológicos necesarios para restablecer su capacidad de producción sustentable.
En este sentido, se necesita, en primer lugar, trazar un cuadro preciso y detallado de ese cambio. La primera tarea es actualizar y sistematizar los conocimientos fragmentarios que poseemos actualmente mediante la confección de un Atlas de cambio climático del área agrícola nacional.
A partir de esa base se podrán encarar con fundamento una serie de tareas. Sin que el listado que se presenta a continuación pretenda ser exhaustivo, he aquí algunos de los aspectos que resulta necesario revisar y ajustar, desarrollando la tecnología necesaria para que ello sea posible.
Genética: desarrollar cultivares de granos y pasturas eficientes en el uso del agua, a fin de mejorar su rendimiento en condiciones de déficit hídrico. Promover las variedades de ciclo corto que se adecuen a la menor duración de la temporada de lluvias.
Épocas de siembra y dobles cultivos: revisar la práctica de siembras muy tempranas y los dobles cultivos, ya que las condiciones de la fase seca los exponen a las heladas y a la disminución de las lluvias.
Rotación: considerar la posibilidad de restablecer la rotación agrícola-ganadera, ya que la rotación exclusivamente agrícola que se encuentra en vigencia es cada vez más vulnerable a la acción climática. Esta modalidad presentaría la ventaja adicional de proveer una capacidad de recuperación natural de la fertilidad.
Sistemas de labranza: si bien el sistema de siembra directa vigente presenta buena adaptación al nuevo ambiente, sería conveniente considerar la posibilidad de incrementar su adaptación, volviendo a introducir recursos como los sistemas lister y semilister.
Manejo de suelos: dado que se observan voladuras en rastrojos de campos manejados con siembra directa, sería conveniente estudiar la posibilidad de generar una mejor cobertura durante el lapso en que no están cubiertos por los cultivos.
Cadena forrajera: es necesario volver a disponer de reservas para hacer frente a interrupciones prolongadas de la cadena forrajera.
Combate contra adversidades climáticas, como granizo, vientos y heladas: es urgente mejorarlo y ampliarlo a fin de hacer frente a los crecientes impactos que se están observando.
Combate de incendios forestales y de campos: es urgente mejorar la capacidad para prevenir este tipo de adversidades.
Sistema de cosecha, acondicionamiento, almacenaje y transporte: se debe mejorar la eficiencia y reducir costos.
Sistema de comercialización: debe ser revisado a fin de mejorar su capacidad de cobertura y darle mayor flexibilidad.
Sistema de previsión y pronóstico de adversidades climáticas: debe ser ampliado y mejorado para que pueda cumplir sus funciones en el nuevo escenario climático.
Seguros y otros instrumentos financieros: es necesario fortalecer el sistema a fin de que pueda brindar coberturas adecuadas en el ambiente riguroso en que se ha instalado.
Régimen de emergencia y desastre agropecuario: es necesario revisarlo y darle flexibilidad a fin de que se adecue al nuevo escenario climático.
Y todo esto hay que hacerlo con celeridad, para que nos ubiquemos delante y no detrás de los hechos: “Un gramo de prevención evita más daños que una tonelada de remediación”.
Eduardo M. Sierra
Especialista en Agroclimatología
Fuente: Agrositio