Mas de 7000 inscriptos tuvo el congreso trienal de los consorcios regionales de experimentación agrícola, o grupos CREA, realizado en el predio de la Rural, en Palermo.
A esta altura, se encuentra fuera de discusión que en el siglo XXI el campo lidera en el país los índices de mayor productividad en la economía. Es el sector que produce con mayor eficiencia, a pesar de que el Estado lo grava más que a cualquier otra actividad. En cambio, en Estados Unidos, y sobre todo en Europa, se lo privilegia con medidas de protección a veces exorbitantes. Pero el campo se desenvuelve en la Argentina dentro de un contexto general sobre el cual lo menos que puede decirse es que con las mismas prácticas que la llevaron a la declinación no se puede pretender que supere el atraso que le imputa el mundo.
Aceptada con aplauso rotundo esa observación de raíz einsteniana, otra de significativa valía fue la de que el campo debe hacer más esfuerzos, aplicar más recursos e inteligencia para que la sociedad sepa cuál ha sido la magnitud de sus conquistas en bien de todos. Desde los cambios en los paradigmas milenarios de laboreo, que han consagrado en más del 80% de nuestras tierras el imperio de la labranza cero frente al 8% de promedio que se registra en el total de hectáreas cultivadas en el mundo, hasta la consolidación de una industria de maquinaria agrícola con altos índices de innovación y que se afirma en mercados del exterior. Desde el talento de genetistas y nutricionistas de carne animal hasta semilleros y laboratorios especializados que han fortalecido la sanidad y la potencialidad agrícolas.
Uno de los puntos sobre los que se insistió fue que la ciudad no conoce debidamente los logros del campo. La insistencia en una reconvención de esa naturaleza es tanto más grave en cuanto a que el ruralismo atravesó, durante la crisis de 2008 y los intentos oficiales de acentuar su expoliación, una experiencia que debiera haber cambiado sus hábitos de comunicación. No sólo eso. Entre los temas de más delicada resolución de la cadena agropecuaria sigue pendiente la necesidad de que el campo redoble esfuerzos para fomentar lo que otros por sí solos no realizan con eficacia, y que debería ser multiplicar los empleos existentes.
El gobierno instalado el 10 de diciembre último ha comprendido todo lo que importa para el país esa conjunción de actividades. Así lo evidenció al crear el Ministerio de Agroindustria. Ha sido un primer paso y una constatación de que las nuevas autoridades conocen la magnitud del reto que involucra a quienes generan con sus exportaciones la mayor cantidad de divisas, aparte de la alimentación básica de la población. No todo, sin embargo, puede reducirse en una sociedad al crecimiento, o no, de su producto bruto. El progreso se mide también por otros parámetros. El acceso al agua, a la vivienda, a la salud, a caminos y transportes, a conocimientos básicos y, en no menor medida, a la garantía de contar con la seguridad física, hoy inexistente, en términos elementales. Nada se diga de la seguridad jurídica, contra la cual se ha atentado con escándalo, en particular desde la justicia federal.
Las últimas generaciones de productores han producido bien y podrían producir mejor si el contexto general brindara condiciones retaceadas desde hace mucho. Han avanzado comprometidas en el cuidado, todavía insuficiente, del ambiente. Es lo que el Papa ha llamado el cuidado de la casa común, en su encíclica Laudato si’, y que tuvo el eco debido en el congreso, en la exposición de monseñor Marcelo Sánchez Sorondo, canciller de la Academia Pontificia de las Ciencias. Los productores fueron exhortados a sumarse a una mayor utilización de las fuentes de energía renovables y no contaminantes y a tomar distancia del uso de los combustibles de origen fósil, uno de los principales responsables del calentamiento global.
El nombre de la justicia, dijo monseñor Sánchez Sorondo, es «progreso», y ahora, «progreso sustentable». Con seguridad, no lo lograremos por las vías del populismo. Más de una voz propuso en este encuentro ruralista tan auspicioso que iluminemos nuestro camino a la luz de las sociedades que más se han desarrollado en todos los órdenes en la contemporaneidad: los países del norte europeo, Australia y Nueva Zelanda. Han sobrado, en nuestra clase dirigente, ejemplos de que también es ciego quien no quiere ver.