Negocios / Incursión en el primer productor mundial: Don Mario, de Chacabuco, primero operará con licencias, y luego, con marca propia
Para Gerardo Bartolomé, presidente de la semillera nacional Don Mario, es como ir a jugar al básquetbol en la famosa NBA, pero del mercado de semillas de soja.
Oriunda de Chacabuco, esta empresa se está preparando para dar un salto tan grande que Bartolomé lo compara con estar en la liga de la NBA: incursionar en el negocio de semillas de soja en los Estados Unidos, donde compiten los grandes actores como Monsanto, Pioneer, Dow y Syngenta y se mueven US$ 2000 millones por año en este cultivo.
Hace cuatro años, Don Mario puso un pie en los Estados Unidos, el país que individualmente más produce soja en el mundo, con una red de evaluaciones y ensayos de materiales en 25 localidades. Entre otras, en los estados de Arkansas, Kentucky, Missouri, el sur de Indiana, Virginia, Carolina del Norte y del Sur, el sur de Illinois y el delta del Mississippi.
No está por ahora en el corazón sojero norteamericano, que comprende Iowa, el centro norte de Indiana y de Illinois, entre otros estados, pero la empresa apunta a una región donde se hace el 30% de la soja del país.
Después de la investigación en tierras norteamericanas, la compañía se apresta a meterse en el mercado licenciando su genética de soja a firmas de ese país, en principio de los estados donde se hicieron las evaluaciones.
Para ello está hablando con un grupo de compañías -este dato lo mantienen en reserva- para que en 2014 su genética comience a difundirse allí, previa multiplicación en escala el año próximo. Luego, para una segunda etapa, la decisión de la compañía es estar presente directamente con su marca Don Mario.
«La idea es en una primera etapa empezar con las licencias a empresas norteamericanas para que multipliquen la semilla en 2013 y esté disponible para 2014, acompañada con nuevos eventos biotecnológicos», expresó Bartolomé.
El empresario define con estas palabras los pasos de la empresa. «Para nosotros, Estados Unidos es la NBA, la liga mayor en soja. Allí el marco legal es casi perfecto, con más del 95% de respeto a la propiedad intelectual, y están Monsanto, Pioneer, Dow, Syngenta. Hay una gran competencia. Vamos a jugar a la NBA como Ginóbili», se entusiasma.
LEGALIDAD CASI TOTAL
En los Estados Unidos, prácticamente todos los productores compran semilla fiscalizada y pagan regalías a las empresas. «Hay una legalidad por encima del 95%», contó Bartolomé. Por el contrario, en la Argentina, el mercado factura unos 300 millones de dólares y el porcentaje de mercado legal entre quienes compran la bolsa y pagan regalías extendidas -esta última modalidad es un acuerdo privado entre las empresas y los productores que deciden hacer uso propio de la semilla que se guardan- ronda el 40 por ciento.
La avanzada de la compañía en Estados Unidos tiene otra lectura. Rompe el unilateral flujo de tecnología que venía desde ese país para los productores argentinos. Ahora va a ir hacia allí y para los productores norteamericanos. «Sentimos un gran orgullo poder se proveedores de genética de los Estados Unidos, porque en la década de los 80 había un flujo inverso en genética», subrayó.
El camino que el semillero pretende hacer en aquel país es el mismo que recorrió cuando incursionó en Brasil. Allí primero también empezó licenciando productos y creó la marca Brasmax. Ahora ya tiene también su marca Don Mario Sementes.
Brasil es el segundo productor de soja del mundo y la compañía de Chacabuco tiene en el sur de ese país, donde se hace gran parte de la soja brasileña, un 60% de participación de mercado. Vende más de 7 millones de bolsas.
Además de Brasil, la compañía también está presente en Uruguay, Paraguay y Bolivia. Considerando todos estos países, incluida la Argentina, Bartolomé sostiene que su empresa es la principal proveedora de genética de soja de todo el Cono Sur.
«Don Mario es el primer proveedor de genética de Sudamérica. De 50 millones de hectáreas que se hacen, una de cada tres se siembran con nuestra genética», concluyó.
Por Fernando Bertello.
Fuente: La Nación